Soy Mónica, fotógrafa, becada del FNA. Estuve realizando una residencia en casa estudio B’atz’ durante la segunda quincena de febrero y los primeros días de marzo. Como espacio es lo ideal. Me apropié de cada rincón, cada crujido de las maderas y de cada roce de las ramas. El verde infinito de las ventanas, los ocres lavados de las paredes. Quise sumergirme en cada libro que pude. Tuve una guía que me sostenía el libro indicado y me miraba como nadaba en él. Los días ya no tenían horas. El caer del sol determinaba una pausa, un descanso, una ducha, una comida. Las horas pasaban y fueron las más provechosas de mi vida. Lo introspectivo que rebalsa, te avasalla y te hace dar cuenta que el piso se mueve, se sacude pero que está bien, es parte del camino. Me sentí en paz, tranquila como hace mucho tiempo no estaba. Me sentí acompañada en mi soledad.
Vi como mis ideas se deshacían a medida que avanzaban mis lecturas, vi mis cimientos sacudirse. Me abstraje de mi misma y fui protagonista, escritora, narradora y exploradora de cada libro que leí. Por momentos temí de mi mirada crítica. Trabajar lo autobiográfico en soledad es desafiante, es mirarse hasta el cansancio, es ya no querer mirarse. Es querer encontrarse en un libro y que todo este escrito y a la vez no. Es el miedo, las ganas, el agotamiento y las ganas otra vez de seguir buscando eso que todavía no puedo esbozar pero que busca materializarse siempre. Todavía hay preguntas que no existen en mi como así también respuestas que no quiero encontrar. La residencia fue un pre calentamiento de cuarentena. Ya no me tengo tanto miedo, acepté que mis tiempos no son iguales a los de los demás. Que siempre me sentó bien el aislamiento. Que nada es lo que parece, ni yo misma. Que todo es un instante.
Lo inolvidadizo, Andruetto y la poética fotográfica.
Lo picante, las velas, los ojos de Gra.
