Escribo este texto el día final de mi estadía de un mes y medio en Casa Estudio B’atz, pocas horas antes de tomarme el avión de vuelta a Buenos Aires. Es la segunda vez que vengo. La anterior fue entre diciembre de 2019 y enero de 2020. Aquella vez vine a la residencia sobre todo para copiar fotos en el laboratorio. Esta, llegué a la residencia por un intercambio de trabajo, con la idea de terminar de traducir ¿El arte de demoler? Seguí también con otros proyectos y actividades, vinculados a la traducción y por eso me dediqué sobre todo a trabajar, para lo cual la residencia resultó ser un ambiente extremadamente propicio. Sin distracciones, más que la ventana de cara al cerro y las copas de los árboles y la luz del sol que marca el paso del día, concentrarse no cuesta nada.
Mi estadía en Casa/Estudio B’atz’ coincidió con situaciones históricas y biográficas (el fin de la cuarentena de COVID-19, entre otras) que hicieron de este viaje, para mí, algo tan necesario como liberador. Quiero decir, aunque vine con la idea de trabajar (además de las traducciones, en el copiado de fotos de mi amigo Martín Tricárico para la presentación de su libro Invariaciones), mi mayor proyecto era alejarme del contexto de encierro y asfixia que se había vuelto mi vida en la ciudad de Buenos Aires.
Poco tiempo antes de venir a Cabana había empezado a entrenar escalda deportiva. En una ciudad que está a por lo menos 500 kilómetros de la formación geológica más próxima donde puede practicarse en un ambiente natural, el entrenamiento de escalada sucede sobre todo en gimnasios preparados para ese fin, con paredes que no intentan imitar la roca natural, sino funcionar como una metáfora útil de ella. En lugar de las formaciones naturales, los apliques fijados en las paredes siguen diseños que deben primero ser leídos desde el suelo para proyectar movimientos que lleven hasta el tope de la vía. Es un proceso que involucra una concentración absoluta de la mente y el cuerpo, en la proyección primero, y en la ejecución luego.
Durante mi estadía en Cabana incorporé la práctica del yoga en las clases desarrolladas en la misma residencia. Como otras disciplinas físicas, las artes marciales, por ejemplo, entiendo que el yoga correctamente practicado también invita a ese tipo de concentración. Esa práctica me llevó a entender otros aspectos de la relación entre la mente y el cuerpo, que durante años fue algo a lo que no presté demasiada atención.
Es que después de un largo tiempo, más de una década, donde la formación académica se superpuso con mi entrada a la adultez, y me dediqué sobre todo al pensamiento y a la lectura, mi estadía en Casa Estudio B’atz se dio en medio de un proceso en el cual esas actividades, aunque todavía muy presentes y ya propias de mi forma de ser, pasaron a un segundo plano, un momento en el que siento por el reencuentro con la actividad física eso de lo que habla Viel Temperley en su poema Crawl: “Vengo de comulgar y estoy en éxtasis”.
Y aunque escribir este texto me esté ayudando a bajar al papel ideas que me habitan desde ya antes de llegar a la residencia, y probablemente retome para elaborar en otras hojas y archivos, voy a tomar un atajo para que no se vuelva infinito. Si hay algo que valoro de mi estadía en Casa/Estudio B’atz es la apertura a lo indeterminado, haber podido aprovechar este tiempo para procesar experiencias, para producir nuevas, para conocer personas hermosas, para fortalecer vínculos y prácticas, y para cambiar, cambiar de intereses, prioridades y perspectivas.
Algunas fotos que saqué durante la residencia: